La JEP no puede traicionar el espíritu del Acuerdo de Paz

La JEP no puede traicionar el espíritu del Acuerdo de Paz

En días recientes la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) ha hecho públicos elementos de las sanciones en el marco del caso 01, sobre secuestros. Frente a estas, quiero expresar con claridad la posición que hemos sostenido desde siempre: no apelaremos la parte restaurativa de las sanciones. Por el contrario, la asumimos con responsabilidad, porque fue lo que pactamos en La Habana y porque desde hace más de ocho años hemos venido realizando acciones concretas de reparación, reconciliación y construcción de paz.

Desde la firma del Acuerdo, hemos impulsado iniciativas de desminado humanitario en Antioquia y el Meta, de restauración ambiental, de memoria y de reconocimiento temprano de responsabilidades. Lo hemos hecho incluso antes de la firma del Acuerdo, convencidos de que la paz no puede esperar.

Adicionalmente, podemos decir que proyectos como Revipaz, que reúne a víctimas y firmantes de paz en una Fundación, constituyen experiencia inédita de justicia restaurativa, son muestra de que la reconciliación no es un discurso, sino una práctica posible y necesaria.

Sin embargo, preocupa que en los pronunciamientos de algunos magistrados de la JEP aparezcan medidas de carácter punitivo —como restricciones a la movilidad o dispositivos electrónicos de vigilancia— que no corresponden al modelo de justicia restaurativa que fue pactado, firmado por el Estado colombiano y elevado a compromiso internacional ante el Consejo de Seguridad de la ONU.

Ese tipo de medidas no solo contradicen el espíritu del Acuerdo de Paz, sino que resultan violatorias de lo que allí se estableció de manera taxativa: las sanciones no implican pérdida de derechos políticos, ni restricción de libertades más allá de lo acordado.

La paz exige coherencia. El Estado tiene la obligación de garantizar que las sanciones restaurativas puedan cumplirse. Nosotros seguiremos adelante, no por imposición, sino por compromiso ético, político y humano con las víctimas, el país y la comunidad internacional.

El Acuerdo de Paz no es un documento de opinión que pueda reinterpretarse a conveniencia: es un compromiso firmado por un jefe de Estado y reconocido por el sistema internacional. Pretender modificar su contenido es poner en riesgo no solo la confianza de quienes dejamos las armas, sino también la credibilidad de Colombia ante el mundo.

Hoy reitero lo que hemos dicho sin ambigüedades: la parte restaurativa, la cumpliremos. Las medidas punitivas que violan lo pactado, las apelaremos. Porque si algo nos ha enseñado este proceso es que la paz se construye con verdad, con justicia restaurativa y con cumplimiento de la palabra empeñada.

*Senador de la República de Colombia, presidente de la Comisión de Paz del Senado.

Por: Julián Gallo Cubillos

Semana por la Paz

Semana por la Paz

Este año se celebra la trigésimo octava versión de la Semana por la Paz, un espacio que no solo conmemora, sino que también busca activar la participación ciudadana, visibilizar las iniciativas territoriales y promover compromisos concretos para transformar las causas estructurales de la violencia. En esta ocasión, la Semana se celebra bajo el lema “Arropamos la vida con dignidad y esperanza”.

Una feria para la reconciliación y el desarrollo local

En el marco de esta conmemoración, desde el Congreso de la República y como parte de mi labor legislativa, impulsamos la “Feria de Emprendimientos por la Paz”, que se llevará a cabo los días 23, 24 y 25 de septiembre en el hall del Edificio Nuevo del Congreso. Este evento contará con la participación de más de 50 emprendimientos liderados por Firmantes de Paz y sus familias, defensores y defensoras de derechos humanos, comunidades indígenas, personas privadas de la libertad, madres cabeza de hogar, entre otros actores sociales.

Cultura, economía  y dignidad 

La feria será un espacio para fomentar el consumo responsable y el apoyo a la producción local, tanto artesanal como gastronómica. Los asistentes podrán encontrar desde mochilas tejidas en La Guajira, hasta platos típicos preparados por firmantes de paz, pasando por artesanías, joyería, velas artesanales, café de origen y otros productos que reflejan la riqueza cultural y el esfuerzo comunitario de quienes le apuestan a la reconciliación.

Paz con oportunidades: apoyar lo local es construir futuro

Este espacio no solo permitirá visibilizar las apuestas económicas de los participantes, sino que también se suma a la Semana por la Paz reconociendo que la dignidad se construye fortaleciendo los proyectos de vida, la autonomía económica y las economías locales. Esta feria es una apuesta por la construcción de paz desde el trabajo, la creatividad y la resiliencia de nuestras comunidades.

Por: Julián Gallo Cubillos
Senador de la República – Partido Comunes

Respeto a la bancada de Comunes: una exigencia democrática

Respeto a la bancada de Comunes: una exigencia democrática

En días recientes, el Ministro Armando Benedetti lanzó afirmaciones que ponen en entredicho la lealtad y coherencia del Partido Comunes dentro de la coalición de gobierno. Ante ello, no puedo guardar silencio. No se trata únicamente de una defensa a nuestra bancada, sino de un llamado a respetar los principios democráticos que rigen la vida política del país.

Desde el inicio del gobierno del presidente Gustavo Petro, la bancada de Comunes ha actuado con responsabilidad histórica. Hemos acompañado y respaldado con nuestro voto las iniciativas presentadas por el Ejecutivo en el Congreso, conscientes de que representan avances necesarios para la transformación social que el pueblo colombiano demandó en las urnas. Nuestro apoyo no ha sido coyuntural ni oportunista: ha sido coherente y fundamentado en convicciones políticas, en el compromiso con la paz y en la construcción de un país más justo.

Por ello, resulta inadmisible que se intente sembrar dudas sobre nuestra conducta parlamentaria. No aceptamos que se nos mida con el rasero de la politiquería ni de los cálculos burocráticos. Quienes integramos esta bancada somos hombres y mujeres que venimos de una larga trayectoria de lucha, que hemos arriesgado la vida por defender ideas y que hoy, en el escenario democrático, seguimos actuando con la misma firmeza y dignidad.

El señalamiento infundado del Ministro Benedetti sobre la votación para la elección del magistrado de la Corte Constitucional es un acto de irrespeto y de irresponsabilidad política. No existe prueba alguna —ni podrá existir— que demuestre una supuesta deslealtad de Comunes. Votamos en coherencia con el acuerdo de la bancada de gobierno y lo seguiremos haciendo siempre que las iniciativas respondan al mandato de cambio que el país reclama.

Lo que sí es evidente es la necesidad de reconocer los fracasos propios y no desviar la atención con acusaciones infundadas. En la política, la transparencia y la verdad deben estar por encima de los intereses personales o de los cálculos circunstanciales.

Rechazamos la estigmatización hacia nuestro partido, que es firmante del Acuerdo de Paz. La democracia se fortalece en el respeto a la diferencia, no en la persecución ni en la descalificación gratuita. Exigir respeto es una condición indispensable para seguir construyendo colectivamente el país que soñamos.

El Partido Comunes seguirá cumpliendo su palabra: aportar a la consolidación de la paz, respaldar las transformaciones sociales y defender siempre la dignidad de quienes creemos en una Colombia distinta.

Por: Julián Gallo Cubillos
Senador de la República – Partido Comunes

Icetex y la necesidad de repensar la financiación educativa

Icetex y la necesidad de repensar la financiación educativa

Por Julián Gallo Cubillos, senador de la República

En el último año, se han presentado diferentes iniciativas legislativas orientadas a aliviar las deudas que miles de estudiantes tienen con el Icetex. Estas propuestas, además de ofrecer soluciones concretas a una problemática financiera que afecta a la clase media y sectores populares, han permitido reabrir una discusión de fondo que es fundamental para el país: la educación como derecho fundamental y el papel del Estado en su garantía real y efectiva.

La existencia de mecanismos como el Icetex ha hecho posible que muchos jóvenes puedan ingresar a la educación superior. Sin embargo, también representa una contradicción profunda de nuestro sistema:  para ejercer el derecho a la educación, en muchos casos, la única solución es  endeudarse. Y eso genera una obligación que se prolonga en el tiempo incluso por décadas, son millones los estudiantes que pasan gran parte de su vida pagando la financiación de su carrera, lo que afecta la calidad de vida de miles de familias colombianas.

Acompaño con firmeza cualquier medida que busque aliviar esa carga financiera, que reconozca que no es justo ni coherente que la educación implique un sacrificio desproporcionado. Toda iniciativa orientada a reducir la deuda, flexibilizar condiciones o eliminar intereses abusivos, será siempre bienvenida. En esa misma línea, el Gobierno Nacional ha adoptado una serie de medidas que merecen ser valoradas, como la condonación de intereses vencidos, la reestructuración de créditos y la ampliación de algunos alivios temporales.

Pero también es necesario ir más allá, reflexionar sobre ¿Qué tipo de educación queremos como país? ¿Qué está obligado a garantizar el Estado cuando hablamos de derechos fundamentales?

Ningún colombiano o colombiana debería pasar buena parte de su vida pagando una deuda por el simple hecho de haber querido estudiar. Esto nos obliga a revisar no solo los instrumentos de financiación, sino también el modelo educativo que hemos venido reproduciendo.

Durante años, Colombia ha priorizado un enfoque centrado en financiar la demanda, entregando recursos directamente al estudiante para que “escoja” dónde matricularse, muchas veces en instituciones privadas. Mientras tanto, las universidades públicas sobreviven con presupuestos limitados e infraestructura precaria. De ahí que la discusión planteada históricamente por el movimiento estudiantil cobre hoy vigencia: fortalecer la educación pública exige financiar la oferta, invertir en la universidad pública, aumentar su capacidad y garantizar gratuidad. No es solo una decisión técnica o presupuestal, es un acto de justicia social.

En esa dirección, el Congreso ha dado un paso relevante. La Plenaria del Senado aprobó en segundo debate la iniciativa del Gobierno que modifica los artículos 86 y 87 de la Ley 30 de 1992, con el propósito de transformar el modelo de financiación de la educación superior pública. La reforma establece que los recursos ya no se ajusten únicamente al IPC, sino con base en el nuevo Índice de Costos de la Educación Superior (ICES), que refleja los gastos reales del sector. Además, define una ruta para que en un plazo de quince años la inversión alcance al menos el 1 % del PIB, incorpora a las instituciones técnicas y tecnológicas oficiales en esquemas estables de financiación y crea mecanismos de control social para garantizar transparencia.

La educación no puede ser una carga heredada ni una fuente permanente de ansiedad para las familias colombianas. Debe ser, en cambio, la plena garantía de un derecho, un camino hacia la movilidad social, el pensamiento crítico y la construcción de una sociedad más justa.

Duque, Netanyahu y la memoria que no se puede borrar

Por el senador Julián Gallo Cubillos

La reciente visita del expresidente Iván Duque al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu desnuda la esencia de la clase política que durante décadas gobernó a Colombia y que hoy busca regresar al gobierno. Una clase que, en lugar de defender la vida y los derechos humanos, eligió alinearse con quienes representan el fascismo en su máxima expresión.

Las páginas de la historia recordarán que un exmandatario colombiano se reunió con un hombre señalado internacionalmente como criminal de guerra. No es un hecho menor: mientras Netanyahu lidera el genocidio contra el pueblo palestino, en Gaza, con miles de víctimas, principalmente, mujeres y niños, Iván Duque carga sobre sus hombros el peso de centenares de víctimas de violaciones sistemáticas a los derechos humanos y al Derecho Internacional Humanitario.

El legado de Duque en Colombia

No podemos olvidar que bajo su mandato:

●  Más de 80 jóvenes fueron asesinados durante el estallido social de 2021, cuando la protesta pacífica fue respondida con balas.

●  Se autorizaron bombardeos en campamentos donde había niños y niñas, presentados luego como “bajas legítimas”.

●  Cientos de líderes sociales, comunitarios, estudiantiles, defensores de derechos humanos y firmantes del acuerdo de paz fueron asesinados en los territorios, sin que existiera una política eficaz para protegerlos.

Ese es el sello que Duque lleva consigo al visitar a Netanyahu: la representación de un modelo político que normaliza la violencia y la represión contra su propio pueblo.

Gaza y Colombia: dos memorias que dialogan

Hoy, mientras en Gaza se vive una tragedia humanitaria con miles de civiles asesinados, el abrazo entre Duque y Netanyahu duele aún más. Nos recuerda que los pueblos víctimas de la guerra comparten una misma exigencia: no olvidar y no permitir que la impunidad se imponga.

No olvidar

Colombia necesita mantener viva la memoria. Porque detrás de cada cifra hubo vidas, familias y comunidades enteras que siguen esperando justicia. Y porque quienes hoy buscan volver al poder son los mismos que dejaron un país herido, con las cicatrices abiertas de la represión y la exclusión.

La historia se escribe con las voces de quienes resisten y recuerdan. Por eso, ante la visita de Iván Duque a Benjamín Netanyahu, decimos con claridad: no olvidamos. Ni a las víctimas del estallido social, ni a los niños y niñas muertos en los bombardeos, ni a los líderes asesinados en los territorios, ni al pueblo palestino que hoy enfrenta el horror de un genocidio.

Violencia política: la deuda pendiente con la paz

Violencia Política

Por Julián Gallo Cubillos, senador de la República

En los últimos meses, la violencia política ha vuelto a ocupar los titulares. El debate electoral rumbo a las elecciones 2026 se cruza con hechos dolorosos que nos recuerdan un pasado que Colombia prometió superar. El reciente magnicidio de Miguel Uribe, el asesinato de líderes sociales y de firmantes de paz, así como la creciente polarización, son señales de alerta que deben llamarnos a la reflexión.

Al escuchar las declaraciones del exministro y precandidato presidencial Juan Carlos Pinzón, sobre la supuesta “deteriorada seguridad en todos los barrios”, es claro que persiste una visión que reduce los problemas del país al lenguaje del miedo. Hablar de seguridad sin reconocer los compromisos del Acuerdo de Paz es, sencillamente, ignorar la ruta que la sociedad colombiana acordó para transformar las causas profundas de la violencia.

El Acuerdo de Paz de 2016 es explícito en sus puntos sobre garantías de seguridad y participación política. Allí se establece la necesidad de un sistema integral de seguridad para el ejercicio de la política, que proteja a quienes piensan distinto, que asegure la vida de líderes sociales, defensores de derechos humanos y de todos aquellos que, por su militancia, han sido blanco de amenazas. Implementar este punto no es un favor, es un deber histórico con las víctimas y con la democracia.

Hoy la pregunta no es si necesitamos más batallones o más pie de fuerza en las calles. La pregunta es si estamos dispuestos a garantizar que nunca más se persiga, se silencie o se asesine a alguien por sus ideas políticas. La seguridad no puede ser sinónimo de represión; debe ser garantía de derechos.

Además, frente a la reciente condena al expresidente Álvaro Uribe, que ha generado fuertes reacciones en la opinión pública, debemos ser firmes en un mensaje: la justicia es parte esencial de la democracia. Nadie puede estar por encima de la ley, y menos en un país donde tantas víctimas aún esperan verdad, reparación y garantías de no repetición. No podemos permitir que este hecho sea instrumentalizado para avivar la polarización y la violencia política.

La violencia política no distingue colores ni ideologías. El asesinato de Miguel Uribe duele como duele el de cualquier joven líder en el Cauca, como duele el de cada firmante del Acuerdo que creyó en la palabra empeñada del Estado. Este país no puede seguir normalizando la muerte como precio por hacer política.

Por eso insisto: la única salida es la implementación integral del Acuerdo de Paz. Cumplir lo pactado es la manera más eficaz de garantizar seguridad en Colombia, de blindar las elecciones 2026 de cualquier sombra de violencia, y de reconciliar a una sociedad que no soporta más rupturas. La política debe ser el escenario de las ideas, no de las balas. El camino de la paz está trazado; lo que falta es la decisión colectiva de recorrerlo.